Te escribo a escondidas, como siempre, nadie me permite
acordarme de ti, ¿vaya estupidez no? Se piensan que por que haya quitado
nuestras fotografías, por qué haya guardado en esta caja de zapatos cada uno de
tus recuerdos, y apenas pueda recordar como sonaba tu voz, no voy acordarme de
ti. Como si esas cosas se pudieran controlar. Ellos no saben nada. Ellos no
saben que has sido la casualidad de mi vida, y que hay cosas que el tiempo no
borra.
Hay tantas cosas que quiero contarte. Solo necesitaría un
día de tu vida, uno. Pero sé que (prefiero) pensar que no me lo merezco, y que
no me lo darás. Así que tengo que conformarme con que durante estos minutos,
pienses en mí, pienses en ese nosotros que se me escurre entre los dedos. Podría
pasarme horas escribiendo lo mucho que te echo de menos, lo mucho que echo de
menos recorrer la constelación de tu espalda o que me sorprendas como tú solo
sabes.
En cambio, solo espero que seas feliz, que todos esos sueños
que te alejaron de mí se hagan realidad, y que, algún día puedas comprender lo
mucho que te quise, y te des cuentas del error que cometiste (o quizás no).
Tres cientos noventa y un días después de la vigésima
despedida, decidí ponerle punto y final (no suspensivos), a algo que no tenia
final. Pero el tiempo borra lo imborrable, y si no ya lo haces tú. Me olvidé de
todo aquello que 'era suficiente para siempre', de los lugares donde podríamos
ser felices tú y yo con nuestra bola del mundo, de tus palabras que sembraban
calma en mi.
También me olvidé de nuestros tsunamis, 'de estar
incondicional e irrevocablemente enamorada de ti', y de que incluso tú eres
incapaz de pelear 24 horas al día contra lo que sientes. ¿Sabes de lo que único
que no me he olvidado?
De la última fotografía que nos hicimos, donde mi sonrisa
solo transmite felicidad. ¿Te acuerdas? Y
de aquella noche, en la que una vez más no fuiste sincero conmigo, en la que
una vez más me dejaste marchar, aún sabiendo que nunca más seríamos dos.
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