Perderse en la lluvia

Perderse en la lluvia

martes, 8 de marzo de 2011

Prefiero un hasta mañana.

Otra vez. Llevas unos pasos de ventaja, caminas a ritmo ligero. Miras hacia atrás y me dedicas una de tus miradas, una sencilla pero profunda, cargada de cariño, de despedida. Se te escapa un adiós completamente mudo, acompañado de una sonrisa de mediodía. Una de las mil que desprendes a lo largo del día, no excesivamente marcadas aunque a su vez un tanto risueñas. Y yo, no sé qué responderte. Hasta en estos momentos varios pensamientos recorren de una manera acelerada toda mi frente. Todos seguidos, uno tras otro. Nada claro. Eso si, sin darme cuenta una pequeña mueca de felicidad ha brotado. No va seguida de nada. Eso y punto. Habría continuado hablando contigo de no ser que ya te has dado la vuelta, de que sigues tu camino. No te has detenido a esperar por la simple razón de que no tienes por qué hacerlo. Y eso si, tu camino es diferente al mio. No hay más. Bueno, el añadido de que vas acompañado.



Los errores corren de mi parte. Y las dudas son mi acompañante.

lunes, 7 de marzo de 2011

No pretendo contar nada.

Siento decirte que no estoy a la altura de las circunstancias. La madurez hoy por hoy brilla por su ausencia. No me digas por qué pero lo único que soy capaz de conservar con el paso del tiempo es mi querido muro de piedra. Aquel que oculta una parte de mí al mundo. Y no hay más. No sé cuál es la fuerza que me empuja a dedicir una cosa u otra, porque desconozco por completo los motivos. Sé como es mi película, lo que quiero y lo que no quiero ser. Lo que presiento que todo el mundo ve y lo que la gente es incapaz de hacer. Callarse. Eso. Unos hablan en exceso y otros se quedan cortos.
Y lo que más me molesta, es que no tengo ni la más remota idea de lo que piensas, de qué pretendes conseguir o la causa por la que todo esto te cabrea. Tampoco creo que tenga el derecho de preguntartelo, es algo que debes hacer tú. Contarmelo si lo ves conveniente. Ya no quiero hacer caso a nadie, les escucho, pero no puedo dejar de debatirme entre lo que quiero y lo que hay. Porque ninguno de los dos puntos están realmente claros. Mis paranoias aumentan de una manera acelerada. Y si seguimos así, vamos de puta madre.

Idiotez, la mía.