Siempre he creído que diciembre debería ser bautizado como
el mes de los recuerdos. Bien es cierto que es el mes donde te reúnes con
aquellos que no ves todos los días, ya sean los primos segundos, los hijos de
los amigos de tus padres que conoces de toda la vida, o simplemente agrupando,
las personas que formaron en algún momento exacto parte de tu vida, y a día de
hoy, no son las caras que ves cada lunes. Dejando esto a un lado, Diciembre,
concretamente cuando se va acercando el momento de atragantarse con las uvas
como hiciste el año anterior, te dedicas a recordar. Se podría decir que se
hace un barrido por la memoria, seleccionando cada uno de los minutos que pasan
por tu frente, como si fueran estrellas fugaces, sobre los últimos 365 días de
tu vida. ¿El motivo? Llevo años para descubrirlo. En cambio, ya sea por
tradición, o por una causa hasta ahora desconocida, sigo haciéndolo.
Y no podría decir que este año ha sido el mejor, ni el peor.
No ha estado marcado por pequeños (o grandes) espacios de tiempo a los que nos gusta ponerles nombre: etapas. Eso fue cosa del pasado. Aún así, ha
sido un año con un balance positivo. Personas que un año atrás formaban
parte de algo no fundamental, ahora no sé qué haría sin ellas. Y los de
siempre, están ahí a pie de cañón como llevan estando año tras año. Y con los
perdidos, han demostrado que cualquiera es prescindible en este mundo. Ahora creo que llega el momento
perfecto. Como ves, nos hemos pasado a los
gintonics. Al brindis y a los bailes. Todo está
permitido. Aquí nos reímos como si no hubiese un mañana. Todos alrededor
de la mesa, como cada año, y cada año mejor. Brindamos por los que no
están. Por los que llegarán. Por nosotros. Por lo que nos queda por vivir. Sin
embargo, al brindis este año he de añadirle un retoque. Brindo por la
casualidad, por los reencuentros. Por los momentos incómodos, por los "yo
nunca" que jamás se cumplen, por lo que podría haber sido y no fue.
También por los amores que no sobreviven a más de un verano, por todas y cada
una de las meteduras de patas, de las de hasta el fondo y más porque no se
puede. Por los secretos a voces, por las malas decisiones que hacen que unas
puertas se cierren y así, otras se abran. Por coger el camino incorrecto y por
los "no-arrepentimientos". Brindo por la vida de todos días, la que
incluye los días de tristeza y decepción, de decir "que se pare el mundo
que yo me bajo" al igual que los momentos de sentirse en el punto más alto
de la montaña rusa de la felicidad. Brindo, por saber estar tanto arriba como
abajo, tanto a las buenas como a las maduras. Y sin más, que como bien dice el
refrán "a buen entendedor, pocas palabras bastan". Feliz 2014.
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